La arrendadora no pierde el derecho a cobrar las facturas que ella ha abonado aunque las presente con muchos meses de retraso, pero la poca prisa que muestra para cobrarlas invita a pensar que será fácil llegar a un entendimiento que no suponga perjuicio para nadie.

Quizá lo más fácil y dulce sea que los arrendatarios ingresen a cuenta una cantidad mensual promedio que les evite el mal trago de tener que pagarlas todas juntas. Por otra parte, la arrendadora no puede exigir el pago sin probar que ha entregado las correspondientes facturas, de manera que mientras no entregue fehacientemente cada factura, los arrendatarios podrán espaciar sus pagos para hacerlos tan cómodos como si las facturas hubieran sido presentadas a su tiempo, es decir, añadir otro retraso al retraso de la arrendadora.

Si a la arrendadora no le gusta tanto retraso, quizá se convenza de que le interesa cambiar de método. Existiendo internet y los bancos, no parece lógico mantener costumbres tan poco prácticas.